Fernando Báez Sosa, un chico de 19 años decidió ir de vacaciones a Villa Gessell con sus amigos y su novia, y como cualquier joven eligió por la noche ir a divertirse al boliche de moda.
El local bailable empezó a colmarse de gente, y se pudo constatar que, pasadas pocas horas, comenzaron a presenciarse encontronazos entre Fernando y amigos de Fernando con otros jóvenes rugbiers, jóvenes rugbiers con muchas ganas de reñir descarnadamente hasta las últimas consecuencias. Los enfrentamientos entre dicho grupo contra Fernando y algunos de sus amigos continuaban, y lo que en principio pareció un cuadro agresivo de empujones e insultos “manejables”, decantó en provocaciones cada vez más violentas, lo cual llevó a que los patovicas del boliche echaran a Fernando Báez Sosa, quien fue expulsado del establecimiento junto a algunos de sus amigos, al mismo tiempo que fueron expulsados los diez agresores rugbiers, entre los cuales algunos demostraron estar ensañados en seguir atacando a Fernando. Ya fuera del boliche, el ataque a Fernando fue brutal, y se destaca en especial la participación lapidaria de quien fuera el mayor agresor y ejecutor del golpe final, que decantó en la muerte cruel e impiadosa de Fernando Báez Sosa.
Mucho se ha leído sobre la crónica de los hechos; sobre cuestionamientos a un deporte en equipo que no tiene intenciones agresivas si se lo juega limpiamente; sobre los antecedentes violentos de algunos de los atacantes oriundos de la ciudad de Zárate, que habían lastimado anteriormente a otros jóvenes pero que posteriormente gozaron de total impunidad; de familias horribles que educaron espantosamente a sus hijos para que estos disfruten y celebren por chat, comiendo hamburguesas o sonriendo para una selfie, luego de haber matado a una persona; de una familia mutilada que perdió a su joven hijo porque eligió ir a bailar con sus amigos y su novia a un boliche en Gessell, donde además de encontrarse con un grupo de jóvenes infames, patovicas miserables que trabajaban en el boliche eligieron no poner coto a la situación dentro del establecimiento o no pedir urgente ayuda oficial al no poder controlar la terrible riña, y eligieron echar a Fernando, a algunos de sus amigos, y al grupo de rugbiers, y que la lucha descarnada pueda seguir, sin la mediación de adultos ni autoridades responsables. Así, el enfrentamiento desproporcionado comenzado en el boliche, pudo proseguir sin límite alguno en las calles, hasta confluir en la muerte, la muerte de Fernando Báez Sosa.
¿Hubo ataques feroces anteriormente en boliches o en la salida de boliches hacia otros jóvenes? Por supuesto que sí, incluso algunos de los agresores que asesinaron a Fernando, habían ya atacado a golpes en otros locales bailables a otros jóvenes.
¿Qué es lo que hace entonces que esta muerte, la muerte de Fernando, haya generado un dolor descomunal y una condena social monumental de una sociedad que, frente a esta tragedia, hoy se muestra absolutamente unida esperando que los asesinos de Fernando se pudran en la cárcel?
Tal vez la tolerancia interminable ante lo injustificable, la tolerancia hacia la agresión y la discriminación diarias, hacia patovicas que son acusados hace décadas de violentos y de incapaces de poner freno a desenfrenos en los boliches y que continúan ocupándose de la seguridad de locales bailables donde acuden jóvenes, de que la facturación de un boliche prime más que el límite a la cantidad de alcohol que puede consumir un joven, de que los jóvenes violentos con mayor poder adquisitivo tengan la impunidad de reincidir en la violencia y si no mataron la primera vez puedan matar la segunda o la tercera, de que en la calle pueda proseguir la riña descarnada y que lo único que se pudo hacer es filmar la crónica de una muerte de un joven molido a golpes, de que los malditos asesinos de Fernando rían y bromeen luego de matarlo, y en definitiva, de que reaccionemos tarde; tuvo que morir un joven un 18 de enero de 2020 en la salida de un boliche en Villa Gessell para que nos indignemos, nos duela el alma y nos espantemos por todas estas cosas que nos molestan tanto, y que pasan y vuelven a pasar. La tragedia siempre va un paso adelante, nos saca ventaja porque hasta que no pasa lo peor no reaccionamos.
El 30 de diciembre de 2004 murieron 194 personas y 1432 resultaron heridas cuando se incendió el boliche Cromañon. Se sabía que el espacio del boliche no estaba habilitado para reunir la enorme cantidad de personas que ingresó, y se permitió además que numerosos fanáticos de la banda de rock Callejeros entraran con bengalas. Pero, de todos modos, el show debía continuar, hasta que la muerte lo dispusiera, y lo dispuso. Mueren en promedio 22 personas por día por accidentes de tránsito y no nos inmutamos, hasta que el 8 de octubre de 2006 un micro con estudiantes del colegio Ecos chocó por responsabilidad de un camionero ebrio y del chofer del micro, cuando el grupo de estudiantes regresaban de una actividad solidaria en la provincia de Chaco. En dicho accidente murieron 9 adolescentes, una docente, el conductor del camión y su acompañante. Los familiares de las víctimas, luego de recibir los peritajes pudieron demostrar que el conductor del micro no estaba capacitado para conducir con profesionalismo y que viajaba además a una velocidad mayor a la permitida. Pero el día que partía el micro desde el Chaco nadie controló quien iba a conducir un vehículo repleto de jóvenes estudiantes. Pasada la tragedia, todos nos conmovimos, nos enojamos y reclamamos tanto con tanta indignación, que la Comisión Nacional de Regulación del Transporte incluyó cierta legislación para prevenir futuros accidentes, evitables. Pero varias familias quedaron devastadas.
Nos conmovemos hasta las lágrimas frente a la muerte, somos extremadamente solidarios frente a lo terrible, pero reaccionamos tarde
Nos conmovemos hasta las lágrimas frente a la muerte, somos extremadamente solidarios frente a lo terrible, pero reaccionamos tarde, por eso Fernando hoy está muerto, por culpa de diez jóvenes violentos miserables seguramente mal educados por familias miserables, por culpa de patovicas miserables que no se hicieron cargo de frenar la situación bajo un encuadre controlable o solicitar la asistencia necesaria para aplacar tamaño descontrol, por culpa de los miserables dueños de un boliche, que no son capaces de delegar el cuidado básico de jóvenes en personas calificadas para tal tarea, porque la venta de alcohol es ilimitada porque el negocio prima sobre la vida de nuestros jóvenes, y por culpa nuestra, porque toleramos que la miseria, la injusticia y la impunidad nos acompañe a diario sin inmutarnos, hasta que el golpe es letal, desgarrador e irreversible.
Congregarnos, protestar y reclamar por las terribles muertes evitables, es imprescindible para involucrarnos como sociedad, y empezar a ser parte de este problema y de esta solución, pero este involucramiento debe ser permanente y no accidental.